By Alan Ruiz Berman
I believe that addressing societal injustice and the persistent lack of diversity in critical areas such as STEM is an essential part of being a conservation professional. A difficult truth that one learns quickly when working in conservation and ecosystem management is that certain groups suffer more than others from a lack of access to critical resources and public services, not to mention from political and corporate injustice, irresponsibility, and corruption. For example, here in Arizona the Covid19 Pandemic is having an outsized impact on Black, Hispanic, and Indigenous communities due to lack of access to basic health and human services – things that many of us living in the United States usually take for granted. What is more, from having diverse family members, friends, and life-experiences, I have learned that there is much to gain, both as individuals and as a society, from incorporating and integrating marginalized people and ideas. By encouraging greater cultural and viewpoint diversity, I am optimistic that we can, beyond just selling products, achieve our most lofty goals – from tackling climate change to ending mass incarceration in the United States and nuclear proliferation worldwide.
As a result of my life’s unique and fortunate circumstances, it has become my calling to work at the interface of ecology and community. I consider my capacity to learn from people of different cultures and backgrounds than my own to be an invaluable life skill, and one I enjoy developing as both a layperson and professional. I am especially interested in knowledge systems pertaining to traditional and Indigenous cultures and forever grateful for life-changing opportunities to learn directly from the Māori in New Zealand, Quandamooka in Australia, Afro-Taíno islanders in the Dominican Republic, Comcáac in Mexico, and Tohono O’odham in Southern Arizona, among other fascinating peoples.
In the light of these lasting, resilient, and often sustainable world views, I think we must challenge the dominant, consumer-driven paradigm, which despite its many societal benefits is evidently bringing our species and biosphere to the brink of collapse. Furthermore, a gross imbalance and injustice persists in the scale of resource use, and thus in the environmental impact of a small minority in the developed world. While those in the developing world live simpler and thus more environmentally responsible lives, they are also more vulnerable and comprise the more severely affected victims of industrial exploitation and environmental degradation.
But to change this unjust paradigm, we must first address the philosophical supposition that nature exists only as a commodity to be dominated by man, who stands outside of nature, and that only through nature’s maximum exploitation can we improve our quality of life, as individuals and as a species. Furthermore, I believe the way out of this social, economic, spiritual, and environmental crisis lies in the re-integration of nature into our daily lives and in the restoration of values held by Indigenous societies for millennia – namely moving away from the goal of relentless growth and towards a sustainably limited economy in which human and ecological wellbeing is paramount. Many traditional cultures remind us that the natural world, like human life, has intrinsic and unmeasurable value and that, for the sake of our youth and the future of life on Earth, we must look forward many generations when interacting with our environment today.
Furthermore, we must strive, collectively and individually, to make our institutions, government agencies, and corporations into fiduciaries – legally bound to working transparently for the common good of the ecosystem and all the world’s citizens, especially those most in need of food, livelihoods, and education. Collaboration is itself a form of inclusive culture, and it is my firm belief that scientists, experts, artists, decision makers, and laypeople alike can work together to foster it, especially in leading nations like the United States that are perhaps more divided than ever. Indeed, we must build the foundations for this collaboration if we are to see a future worthy of our greatest human achievements and the many precious life forms with which we share our planetary home. Only through collaboration at scales we have never achieved can we meet challenges bigger and more daunting than any we have ever faced.
Sincerely,
Alan Ruiz Berman
(Spanish/Español)
Declaración sobre Diversidad y Justicia
Pienso yo que abordar la injusticia social y la persistente falta de diversidad en áreas críticas es una parte esencial de ser un profesional de la conservación. Una verdad difícil que uno aprende rápidamente cuando trabaja en conservación y gestión de ecosistemas es que ciertos grupos sufren más que otros por la falta de acceso a recursos críticos y servicios públicos, sin mencionar la injusticia política y corporativa, la irresponsabilidad, y la corrupción.
Por ejemplo, aquí en Arizona, la pandemia de Covid19 está teniendo un impacto descomunal en las comunidades Afroamericanas, Hispanas, e Indígenas, debido a la falta de acceso a servicios humanos y de salud básicos – cosas que muchos de los que vivimos en los Estados Unidos generalmente damos por sentado. Además, al tener diversos miembros de la familia, amigos, y experiencias de vida, he aprendido que hay mucho que ganar al incorporar e integrar a personas e ideas marginadas. Al alentar una mayor diversidad cultural y de puntos de vista, soy optimista de que podemos, más allá de solo vender productos, lograr nuestros objetivos más elevados, desde abordar el cambio climático hasta terminar con el sobre-encarcelamiento en los Estados Unidos y la proliferación nuclear en todo el mundo.
Gracias a las circunstancias únicas y afortunadas de mi vida, mi vocación es trabajar en la interfaz de la ecología y comunidad, y considero que mi capacidad de aprender de personas de diferentes culturas y orígenes es una habilidad invaluable para la vida, y una que valoro y disfruto desarrollar. Tengo un gran interés en los sistemas de conocimiento pertenecientes a las culturas tradicionales e Indígenas y estoy eternamente agradecido por las oportunidades que me cambiaron la vida de haber aprendido directamente de los Māori en Nueva Zelanda, Quandamooka en Australia, los Isleños Afro-Taínos en la República Dominicana, los Comcáac (Seri) en México, y los Tohono O’odham en el sur de Arizona, entre otros pueblos fascinantes. A la luz de estas visiones del mundo duraderas, resistentes y, a menudo, sostenibles, creo que debemos desafiar el paradigma dominante impulsado por la cultura consumidora que, a pesar de sus muchos beneficios sociales, evidentemente está llevando a nuestra especie y biosfera al borde del colapso. Además, persiste un gran desequilibrio e injusticia en la escala del uso de los recursos y, por lo tanto, en el impacto ambiental de una pequeña minoría en el mundo desarrollado. Mientras que los del mundo en desarrollo viven vidas más sencillas y, por lo tanto, más responsables con el medio ambiente, también son más vulnerables y constituyen las víctimas más gravemente afectadas por la explotación industrial y la degradación ambiental.
Pero para cambiar este paradigma injusto, primero debemos abordar la suposición filosófica de que la naturaleza existe solo como una mercancía que debe ser dominada por el hombre, que se encuentra fuera de la naturaleza, y que solo a través de la máxima explotación de la naturaleza podemos mejorar nuestra calidad de vida como individuos y como especie. Además, creo que la salida de esta crisis social, económica, espiritual, y ambiental radica en la reintegración de la naturaleza a nuestra vida cotidiana y en la restauración de los valores mantenidos por las sociedades Indígenas durante milenios. Es decir, alejarse de la meta de crecimiento implacable y hacia una economía sostenible limitada en la que el bienestar humano y ecológico viene primero. Muchas culturas tradicionales nos recuerdan que el mundo natural, como la vida humana, tiene un valor intrínseco e inconmensurable y que, por el bien de nuestra juventud y el futuro de la vida en la Tierra, debemos mirar hacia adelante muchas generaciones al interactuar con nuestro entorno hoy.Además, debemos esforzarnos para convertir a nuestras instituciones, agencias gubernamentales y corporaciones en fiduciarios, legalmente obligados a trabajar de manera transparente por el bien común del ecosistema y de todos los ciudadanos del mundo, especialmente aquellos que más necesitan alimentos, medios de vida, y educación.
La colaboración es en sí misma una forma de cultura inclusiva, y creo firmemente que los científicos, expertos, artistas, tomadores de decisiones y personas comunes por igual pueden trabajar juntos para fomentarla, especialmente en naciones líderes como los Estados Unidos, la cual quizás esta más dividida que nunca. De hecho, debemos construir los cimientos para esta colaboración si queremos ver un futuro digno de nuestros mayores logros humanos y las muchas formas de vida preciosas con las que compartimos nuestro hogar planetario. Solo a través de la colaboración a escalas que nunca hemos logrado podemos enfrentar desafíos más grandes que hemos vivido.
Sinceramente,
Alan Ruiz Berman